Alrededor de la catedral se extendía, en estrecha zona, el primitivo recinto de Vetusta.
Comprendía lo que se llamaba el barrio de la Encimada y dominaba todo el pueblo que se
había ido estirando por Noroeste y por Sudeste. Desde la torre se veía, en algunos patios y
jardines de casas viejas y ruinosas, restos de la antigua muralla. (...)
La Encimada era el barrio noble y el barrio pobre de Vetusta. Los más linajudos y los más
andrajosos vivían allí, cerca unos de otros, aquellos a sus anchas, los otros apiñados.
El buen vetustense era de la Encimada. Algunos fatuos estimaban en mucho la propiedad
de una casa, por miserable que fuera, en la parte alta de la ciudad, a la sombra de la catedral,
o de Santa María la Mayor o de San Pedro, las dos antiquísimas iglesias vecinas de la Basílica
y parroquias que se dividían el noble territorio dela Encimada.
El Magistral veía a sus pies el barrio linajudo compuesto de caserones con ínfulas de palacios;
conventos grandes como pueblos; y tugurios, donde se amontonaba la plebe vetustense,
demasiado pobre para poder habitar las barriadas nuevas allá abajo, en el Campo del sol,
al Sudeste, donde la Fábrica Vieja levantaba sus augustas chimeneas, alrededor de las cuales
un pueblo de obreros había surgido.
PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN
1.- ¿Qué parte de la ciudad era La Encimada?
2.- ¿Quiénes vivían allí?
3.- ¿En qué condiciones vivían los habitantes de La Encimada?
4.- ¿Qué edificios se podían encontrar en este barrio?
5.- ¿Qué era el Campo del sol?
Y mientras no sólo a los conventos, y a los palacios, sino también a los árboles se les dejaba
campo abierto para alargarse y ensancharse como querían, los míseros plebeyos que a fuerza
de pobres no habían podido huir los codazos del egoísmo noble o regular, vivían hacinados
en casas de tierra que el municipio obligaba a tapar con una capa de cal; y era de ver cómo aquellas casuchas, apiñadas, se enchufaban, y saltaban unas sobre otras, y se metían los tejados por los ojos,
o sean las ventanas. Parecían un rebaño de retozonas reses que apretadas en un camino, brincan y se encaraman en los lomos de quien encuentran delante.
A pesar de esta injusticia distributiva que don Fermín tenía debajo de sus ojos, sin que le
irritara, el buen canónigo amaba el barrio de la catedral, aquel hijo predilecto de la Basílica,
sobre todos. La Encimada era su imperio natural, la metrópoli del poder espiritual que
ejercía. El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir miradas recelosas al Campo del
Sol; allí vivían los rebeldes; los trabajadores sucios, negros por el carbón y el hierro
amasados con sudor; los que escuchaban con la boca abierta a los energúmenos que les
predicaban igualdad, federación, reparto, mil absurdos, y a él no querían oírle cuando les
hablaba de premios celestiales, de reparaciones de ultratumba. No era que allí no tuviera
ninguna influencia, pero la tenía en los menos. Cierto que cuando allí la creencia pura, la fe
católica arraigaba, era con robustas raíces, como con cadenas de hierro. Pero si moría un
obrero bueno, creyente, nacían dos, tres, que ya jamás oirían hablar de resignación, de
lealtad, de fe y obediencia. El Magistral no se hacía ilusiones. El Campo del Sol se les iba.
Las mujeres defendían allí las últimas trincheras. Poco tiempo antes del día en que De Pas
meditaba así, varias ciudadanas del barrio de obreros habían querido matar a pedradas a un
forastero que se titulaba pastor protestante; pero estos excesos, estos paroxismos de la fe
moribunda más entristecían que animaban al Magistral. No, aquel humo no era de incienso,
subía a lo alto, pero no iba al cielo; aquellos silbidos de las máquinas le parecían burlescos,
silbidos de sátira, silbidos de látigo. Hasta aquellas chimeneas delgadas, largas, como
monumentos de una idolatría, parecían parodias de las agujas de las iglesias...
6.- ¿Le preocupa al Magistral la injusticia distributiva que veía?
7.- ¿Qué opina el Magistral de los obreros?
8.- ¿Hay estilo indirecto libre? ¿Dónde?
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ResponderEliminarMadre mia...
ResponderEliminarme lo apunto madre mia
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