domingo, 11 de noviembre de 2018

ARGUMENTO Y FRAGMENTOS DE "DON JUAN TENORIO", DE JOSÉ ZORRILLA



La acción transcurre en Sevilla, a orillas del Guadalquivir, en 1545, en los últimos años del emperador Carlos V. La primera parte transcurre en la noche de carnaval.
Hace tiempo D. Juan y D. Luis Mejía habían apostado para ver "quién de ambos sabía obrar peor, con mejor fortuna, en el término de un año", ese día se cumplía el lapso de tiempo, por lo tanto, D. Luis y D. Juan se vuelven a encontrar en la hostería de Buttarelli donde comparan sus hazañas.

Escena XII, 1a Parte - Acto I (Fragmento): D. Juan relata sus hazañas para ver quién ha ganado la apuesta:

DON JUAN:
Como gustéis, igual es,
que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el Emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor?
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos».
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.
De aquellos días la historia
a relataros renuncio;
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo gallardo y calavera,
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma por fin
como os podéis figurar,
con un disfraz harto ruin
y a lomos de un mal rocín,
pues me quería ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba,
y cualquier empresa abarca
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hubo escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo razón ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió,
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.

Los rivales cuentan los muertos y las mujeres seducidas, al finalizar don Juan queda como vencedor; sin embargo, don Luis lo vuelve a desafiar diciéndole a don Juan que lo que le falta en la lista es "una novicia que esté para profesar", entonces don Juan le vuelve a apostar a don Luis que conquistará a una novicia y que, además, le quitará a su prometida, doña Ana de Pantoja.

D. LUIS:
¡Oh! Y vuestra lista es cabal.
D. JUAN:
Desde una princesa real
a la hija de un pescador,
¡oh!, ha recorrido mi amor
toda la escala social.
¿Tenéis algo que tachar?
D. LUIS:
Sólo una os falta en justicia.
D. JUAN:
¿Me la podéis señalar?
D. LUIS:
Sí, por cierto: una novicia
que está para profesar.
D. JUAN:
¡Bah! Pues yo os complaceré
doblemente, porque os digo
que a la novicia uniré
la dama de algún amigo
que para casarse esté.
D. LUIS:
¡Pardiez, que sois atrevido!
D. JUAN:
Yo os lo apuesto si queréis.
D. LUIS:
Digo que acepto el partido.
Para darlo por perdido,
¿queréis veinte días?
D. JUAN: Seis.
D. LUIS:
¡Por Dios, que sois hombre extraño!
¿cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
D. JUAN:
Partid los días del año
entre las que ahí encontréis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
Pero, la verdad a hablaros,
pedir más no se me antoja,
porque, pues vais a casaros,
mañana pienso quitaros
a doña Ana de Pantoja.
D. LUIS:
Don Juan, ¿qué es lo que decís?
D. JUAN:
Don Luis, lo que oído habéis.
DON LUIS:
Ved, don Juan, lo que emprendéis.
DON JUAN:
Lo que he de lograr, don Luis.
[...]
DON LUIS:
¿Estáis en lo dicho?
DON JUAN: Sí.
DON LUIS: Pues va la vida.
DON JUAN: Pues va.

Al oír el desafío, el comendador don Gonzalo de Ulloa, padre de doña Inés, que llevaba en un convento desde su infancia y estaba destinada a casarse con don Juan, deshace el matrimonio convenido. Por la noche, don Juan seduce a doña Ana haciéndose pasar por su prometido. Después, escala los muros del convento donde está encerrada doña Inés y la rapta. don Juan y doña Inés se enamoran locamente.
En este fragmento doña Inés empieza a manifestar su turbación y enamoramiento de don Juan, tras serle entregada una carta de este y poco antes de que escale los muros del convento y la rapte:

Dª INÉS:
No sé: desde que le vi,
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación
en mis sentidos ejerce,
que siempre hacia él
se me tuerce
la mente y el corazón:
y aquí y en el oratorio,
y en todas partes, advierto
que el pensamiento divierto
con la imagen de Tenorio.

Y en este otro fragmento, doña Inés se despierta en casa de don Juan, tras ser raptada, y don Juan la enamora con sus palabras y le declara su amor; doña Inés le responde, en un diálogo inflamado de pasión y que es uno de los fragmentos más famosos de don Juan Tenorio. La llamada “escena del sofá”:

D. JUAN:
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí; y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto,
ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
(…)
Dª INÉS:
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré
resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
(…)
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!,
yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.

Don Luis y don Gonzalo se enfrentan al protagonista en un duelo y don Gonzalo muere, por lo que Don Juan tiene que huir a Italia.
En la segunda parte, cinco años después, don Juan regresa a Sevilla y visita el cementerio donde está enterrada doña Inés, que murió de amor.
Reproducimos un fragmento del diálogo entre don Juan y el escultor que, en el cementerio, esculpe las estatuas de los muertos provocados por don Juan. Allí mismo, en el cementerio, don Juan .se entera de la muerte de su amada doña Inés:

D. JUAN:
Mas, ¡cielos, qué es lo que veo! O es ilusión de mi vista,
o a doña Inés el artista
aquí representa, creo.
ESCULTOR: Sin duda.
D. JUAN: ¿También murió?
ESCULTOR:
Dicen que de sentimiento
cuando de nuevo al convento
abandonada volvió
por don Juan.
D. JUAN:
¿Y yace aquí?
ESCULTOR: Sí.
D. JUAN:
¿La visteis muerta vos?
ESCULTOR: Sí.
D. JUAN: ¿Cómo estaba?
ESCULTOR:
¡Por Dios,
que dormida la creí!
Doña Inés también ha hecho una apuesta, pero con Dios: si logra el arrepentimiento del joven, los dos se salvarán pero, si no lo consigue, se condenarán eternamente. Ante la tumba de don Gonzalo, don Juan invita al comendador a cenar y éste lo invita a su vez a compartir la mesa de piedra con él en el panteón. Cuando el espíritu del Comendador está a punto llevarse a don Juan al infierno, doña Inés interviene y le ruega que se arrepienta. La joven gana la apuesta y los dos suben al cielo rodeados de cantos e imágenes celestiales:

JUAN: Mas yo, que no creo que haya
más gloria que esta mortal,
no hago mucho en brindis tal;
mas por complaceros, ¡vaya!
Y brindo a Dios que te dé
la gloria Comendador.
(Mientras beben se oye lejos un aldabonazo, que se supone dado en la puerta de la calle.)
Mas ¿llamaron?
CIUTTI.  Sí, señor.
JUAN: Ve quién.
CIUTTI.  (Asomando por la ventana.)
A nadie se ve.
¿Quién va allá? Nadie responde,
CAPITÁN CENTELLAS: Algún chusco.
AVELLANEDA:  Algún menguado
que al pasar habrá llamado
sin mirar siquiera dónde.
JUAN: (A CIUTTI.)
Pues cierra y sirve licor.
(Llaman otra vez más recio.)
Mas ¿llamaron otra vez?
CIUTTI.  Sí.
JUAN: Vuelve a mirar.
CIUTTI.  ¡Pardiez!
A nadie veo, señor.
JUAN:
Ciutti, si vuelve a llamar
suéltale un pistoletazo.
(Llaman otra vez, y se oye un poco mas cerca.)
¿Otra vez?
CIUTTI.  ¡Cielos!
AVELLANEDA: CAPITÁN CENTELLAS: ¿Qué pasa?
CIUTTI.  Que esa aldabada postrera
ha sonado en la escalera,
no en la puerta de la casa.
¿Qué dices?
AVELLANEDA: CAPITÁN CENTELLAS: (Levantándose asombrados.)

CIUTTI.  Digo lo cierto
nada más: dentro han llamado
de la casa.
JUAN: ¿Qué os ha dado?
¿Pensáis ya que sea el muerto?
Mis armas cargué con bala
Ciutti, sal a ver quién es.
(Vuelven a llamar más cerca.)
(…)
DON JUAN, CENTELLAS, AVELLANEDA, LA ESTATUA DE DON GONZALO
CAPITÁN CENTELLAS: ¡Jesús!
AVELLANEDA:  ¡Dios mío!
JUAN: ¡Qué es esto!
AVELLANEDA:  Yo desfallezco. (Cae desvanecido.)
CAPITÁN CENTELLAS: Yo expiro. (Cae lo mismo.)
JUAN: ¡Es realidad, o deliro!
Es su figura...., su gesto.
ESTATUA. ¿Por qué te causa pavor
quien convidado a tu mesa
viene por ti?
JUAN: ¡Dios! ¿No es ésa
la voz del comendador?
ESTATUA. Siempre supuse que aquí
no me habías de esperar.
JUAN: Mientes, porque hice arrimar
esa silla para ti.
Llega, pues, para que veas
que aunque dudé en un extremo
de sorpresa, no te temo,
aunque el mismo Ulloa seas.
ESTATUA. ¿Aún lo dudas?
JUAN: No lo sé.
ESTATUA. Pon, si quieres, hombre impío,
tu mano en el mármol frío
de mi estatua.

JUAN: ¿Para qué?
Me basta oírlo de ti:
cenemos, pues; mas te
advierto...
ESTATUA. ¿Qué?
JUAN: Que si no eres el muerto,
no vas a salir de aquí.
¡Eh! Alzad. (A CENTELLAS y AVELLANEDA:)
ESTATUA. No pienses, no,
que se levanten, don Juan;
porque en sí no volverán
hasta que me ausente yo.
Que la divina clemencia
del Señor para contigo,
no requiere más testigo
que tu juicio y tu conciencia.
Al sacrílego convite
que me has hecho en el
panteón,
para alumbrar tu razón
Dios asistir me permite.
Y heme que vengo en su
nombre
a enseñarte la verdad;
y es: que hay una eternidad
tras de la vida del hombre.
Que numerados están
los días que has de vivir,
y que tienes que morir
mañana mismo, don Juan.
Mas como esto que a tus ojos
está pasando, supones
ser del alma aberraciones
y de la aprensión antojos,
Dios, en su santa clemencia,
te concede todavía,
don Juan, hasta el nuevo día
para ordenar tu conciencia.
Y su justicia infinita
porque conozcas mejor,
espero de tu valor
que me pagues la visita.
¿Irás, don Juan?
JUAN: Iré, sí;
mas me quiero convencer
de lo vago de tu ser
antes que salgas de aquí.
(Coge una pistola.)
ESTATUA. Tu necio orgullo delira,
don Juan los hierros más
gruesos
y los muros más espesos
se abren a mi paso mira.
(Desaparece LA ESTATUA sumiéndose por la pared.)


(Don Juan se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre la estatua. Las sombras, esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en este momento se abre la tumba de doña Inés y aparece ésta. Doña Inés toma la mano que don Juan tiende al cielo.)
DOÑA INÉS:
¡No! Heme ya aquí,
don Juan mi mano asegura esta mano que a la altura tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan al pie de la sepultura.
DON JUAN:
¡Dios clemente! ¡Doña Inés!
DOÑA INÉS:
Fantasmas, desvaneceos: su fe nos salva..., volveos
a vuestros sepulcros, pues. La voluntad de Dios es
de mi alma con la amargura purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura.
DON JUAN:
¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS:
Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación. Misterio es que en comprensión
no cabe de criatura:
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán que el amor salvó a don Juan al pie de la sepultura.
Cesad , cantos funerales
(Cesa la música y salmodia.)
callad, mortuorias campanas
(Dejan de tocar a muerto.)
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales
(Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran.) volved a los pedestales,
animadas esculturas;
(Vuelven las estatuas a sus lugares.)
y las celestes venturas
en que los justos están, empiecen para don Juan en las mismas sepulturas.
(Las flores se abren y dan paso a varios angelitos que rodean a DOÑA INÉS y a DON JUAN, derramando sobre ellos flores y perfumes, y al son de una música dulce y lejana, se ilumina el teatro con luz de aurora. DOÑA INÉS cae sobre un lecho de flores, que quedará a la vista en lugar de su tumba, que desaparece.)


DOÑA INÉS, DON JUAN, LOS ÁNGELES
DON JUAN:
¡Clemente Dios, gloria a Ti! Mañana a los sevillanos aterrará el creer que a manos de mis víctimas caí.
Mas es justo: quede aquí
al universo notorio
que, pues me abre el purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de Don Juan Tenorio.


(Cae DON JUAN a los pies de DOÑA INÉS, y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas representadas en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la música. Cae el telón.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario